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Elisa



Cuando Juan decidió dar fin a su relación con Elisa, esta, sintió como si el mundo se hundiera a su alrededor. Siempre, desde el principio, había sabido que en esa relación ella había sido "la otra", pero siempre tuvo la esperanza que el amor que sentían el uno por el otro provocara que definitivamente acabaran juntos. Su relación había comenzado como una relación física solamente, fruto de la mala situación que en aquellos tiempos atravesaba el matrimonio de Juan. Pero poco a poco el sentimiento se iba poniendo a la misma altura de la física y la química que existía entre ellos. No solo en el caso de Elisa, ella tenía claro que Juan también se estaba enamorando de ella. Pero Juan tenía una carga de la que nunca se pudo desembarazar durante esa relación en paralelo, el sentimiento de culpa. Eran muchas las ocasiones en las que, estando juntos, Juan le acaba hablando de María o de sus hijos. Eso era algo que Elisa aceptaba como inevitable, aunque siempre le acababa haciendo daño.

Ese daño le provocaba a Elisa una herida que, poco a poco, se agrandaba hasta que consiguió acabar con su paciencia y que provocó una larga conversación con Juan, la última, la definitiva. En ella Elisa le hizo saber todo lo que pensaba de sus continuas menciones a su familia y le hiciera tomar una decisión definitiva. Lo único que Juan acertaba a decir es que así, tal y como estaban, él se sentía bien, que estaba perfectamente bien. Elisa era como un complemento de su relación con María, y viceversa. Con una tenía cosas que no esperaba de la otra y esto a él le hacía sentirse bien, le hacía sentirse pleno, a pesar del gusanillo de la culpa que siempre rondaba su estómago. Muchas veces la plenitud en la que cree encontrarse una persona le confunde y cree que es total, cree que esa misma plenitud afecta a la que tiene a su lado. Pero esa persona puede que no sea plena como el otro cree, puede que lo único que sea es prudente y generosa. Con esa prudencia y generosidad con la que callando evita hacer daño y hacer ver la realidad al otro. Pero esa prudencia y generosidad no es ilimitada, está limitada por la capacidad de paciencia que tenga. En esos momentos Elisa había llegado al límite de su paciencia, de ahí su definitiva conversación con Juan.

Juan tenía que elegir y eligió. Eligió la seguridad y eligió el miedo, anteponiendo todo eso al amor que entonces sentía por una y por otra de las mujeres que tenía en su vida. Eligió volver con María, a pesar que sus sentimientos hacia ella eran menores que los que sentía hacia Elisa. Ganaba las familia, ganaban los hijos que tenían en común María y él y que, por aquel entonces, eran aún demasiado pequeños. Pero en aquel momento ni Elisa ni Juan sabían que también estaba abandonando una nueva familia, en aquel momento no sabían que dentro del vientre de Elisa una nueva vida estaba surgiendo, la de Claudia.

Tras la ruptura Elisa quedó destrozada. A los pocos días empezó a vomitar prácticamente cada vez que comía. Ella lo achacaba a su tristeza, a lo mal que lo estaba pasando tras su ruptura con Juan. Pero tardó un mes en darse cuenta de la realidad, el tiempo que tardó en ir al médico para preguntar los motivos de su primera falta, para confirmar lo que hasta ese momento solo había sido una sospecha, estaba embarazada. Aquello, que en cualquier otra persona habría sido una terrible noticia en aquellos momentos, para ella fue una bendición. La tristeza se convirtió en alegría y esperanza y el sentir que iba a ser madre le hizo recuperar unas fuerzas que, hasta entonces, creía perdidas definitivamente. Tuvo claro desde el principio que no le iba a decir nada a Juan. No quería hacerle sufrir, ni que se planteara eso como una especie de chantaje para recuperar su relación. Se quedaría sola con su hija y las dos saldrían adelante sin ayuda de nadie.

Así fue durante unos años hasta que Claudia se fue haciendo mayor. Todos sus compañeros de colegio tenían padre y madre menos ella. Eso le extrañaba y le hacía sentirse diferente, no le gustaba y preguntaba a su madre los motivos por los que ella no tenía papá. Elisa tuvo que cambiar su idea inicial y comenzó a hablar a Claudia de su padre, era necesario para el bienestar de la niña. Pero Claudia empezaba a idealizar la figura de su padre y a hablar a diario de conocerle. Quería conocerle, ese era su único deseo, era algo que pedía incluso en su carta anual a los Reyes Magos. Fue entonces cuando Elisa decidió hablar con Juan y contarle todo, hablarle del fruto de su relación. Principalmente por Claudia, pero también por ella misma y por Juan. Era importante que Juan supiera que tenía una hija preciosa que no conocía.

Continua


Yo no creo en un Dios intervencionista 
aunque sé, cariño, que tu lo haces 
Pero si lo hiciera, me arrodillaría y Le pediría 
Que no interviniera en lo concerniente a ti, 
Que no tocara un pelo de la cabeza, 
Que te dejara tal como eres 
Y si sintiera que tiene que dirigirte, 
entonces que te dirigiera a mis brazos 

A mis brazos, oh Señor 
A mis brazos, oh Señor 
A mis brazos, oh Señor 
A mis brazos 

Y yo no creo en la existencia de los ángeles 
Aunque mirándote me pregunto si eso es verdad 
Pero si lo hiciera los convocaría a todos 
Y les pediría que velaran por ti, 
Que cada uno encendiera una vela para ti 
Para hacer brillante y claro tu camino 
Y para caminar, como Cristo, en gracia y amor 
Y te guiaran a mis brazos 

A mis brazos, oh Señor 
A mis brazos, oh Señor 
A mis brazos, oh Señor 
A mis brazos 

Pero yo creo en el amor 
Y sé que tu lo haces también 
Y creo en alguna clase de camino 
Que podamos recorrer tu y yo 
Así que mantened vuestras velas encendidas 
Y haced su jornada brillante y pura 
Que ella siga volviendo 
Siempre y para siempre 

A mis brazos, oh Señor 
A mis brazos, oh Señor 
A mis brazos, oh Señor 
A mis brazos

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