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En casa de Elisa


- Buenos días Elisa.
- Hola Juan, buenos días. ¿Has dormido bien?
- No, la verdad es que he dormido fatal. Pero el desayuno y la camarera que me lo ha traído a la cama me han hecho olvidar la mala noche que he pasado.
- Me alegra oír eso - afirmó Elisa con una gran sonrisa.

Claudia miraba a sus padres desde su pequeña estatura como embobada. Era la primera vez que les veía juntos en su casa. Se sentía feliz, se le notaba en el brillo de sus ojos y en esa sonrisa que se les pone a los niños cuando están entusiasmados. En ese momento sentía que allí estaban su padre y su madre, todos juntos en una misma casa, como si fueran una familia normal. Solo pensaba en lo contenta que estaba y en cómo se lo iba a contar a sus amigas al día siguiente. Ya podía presumir de padre, ya podía decir que había desayunado con él y que estaba con ella en casa. Y así, como ensimismada, continuaba mirando hacia arriba justo en medio de Juan y Elisa, sintiéndose participe de todo y totalmente dichosa. De repente su madre le miró fijamente con una amplia sonrisa y le pidió que fuera a jugar a su habitación para que ellos pudieran hablar tranquilamente de las típicas "cosas de mayores".

A Claudia no le importaba porque en cuanto oía esa frase sabía que las cosas de mayores normalmente no eran buenas y prefería no continuar allí. Se dirigió a su habitación mirando continuamente a sus padres, que permanecían uno enfrente del otro y mirando también hacia ella. En cuanto la niña se encerró en su habitación comenzó la conversación entre Juan y Elisa. La noche anterior todo había sido demasiado rápido, la llegada de Juan nervioso. El susto inicial de Elisa al no saber qué es lo que había pasado exactamente y la, también habitual frase, de ya "te lo contaré mañana". El mañana había llegado y Elisa necesitaba explicaciones ante la repentina aparición de Juan en su casa.

Juan le explicó todo, su conversación con María, la discusión posterior y su marcha de casa. De repente se había encontrado dentro del coche sin saber exactamente dónde ir y decidió acudir a casa de Elisa hasta que tuviera la mente un poco más despejada. Todo esto sorprendió bastante a Elisa puesto que, tal y como le dijo, ella en su lugar ese era el último sitio al que habría decidido ir. Juan se sintió terriblemente mal ante aquella afirmación de Elisa, parecía no hacer nada bien en los últimos tiempos. En realidad Elisa no le estaba reprochando nada, solo le sorprendía que alguien tomara una decisión que a ella no se le habría pasado ni por la cabeza. Muchas veces, equivocados o no, pensamos que nuestro pensamiento es el único válido y que todo lo demás es absurdo. Consideramos como lógica solo nuestra propia lógica, sin saber que cada uno puede tener su propio punto de vista, equivocado o no.

Juan que, en un principio, no supo muy bien qué decir le pidió disculpas y sugirió que podía tener razón. Sentía que había cometido un error y así se lo hizo saber a Elisa. Decidió en ese mismo instante que esa misma noche buscaría un hotel hasta que decidiera qué hacer definitivamente, sugiriendo la idea de alquilar un piso. Continuaron hablando de muchas cosas. Hablaron de María, hablaron de Claudia e incluso Juan llegó a hablarle a Elisa de Carlos. A ella le sorprendió enormemente que un desconocido como Carlos hubiera convencido a Juan para hacer algo que ella llevaba diciéndole mucho tiempo que tenía que hacer. La vergüenza iba aumentando en Juan ante cada una de las afirmaciones de Elisa. Pensándolo fríamente no era algo demasiado lógico, pero el hecho es que había pasado y pocas vueltas podría seguir dando a algo que, evidentemente, ya no podía cambiar.

Elisa tenía una extraña sensación. La repentina aparición de Juan había despertado en ella sentimientos contrapuestos, el del miedo y el de la esperanza. El del miedo a volver a pasar con Juan el sufrimiento que este le había provocado y la esperanza de recuperarlo. Ella, aunque no lo reconocía ni ante nadie ni ante ella misma, seguía enamorada de Juan. En su fuero interno no le había olvidado, le tenía como encerrado en un armario, pero la llave de ese armario no la había tirado nunca.

- Tranquila Elisa, esta tarde me voy.
- No Juan, no te vayas. Quédate el tiempo que haga falta.

Continua



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