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Claudia



Carlos se quedó impactado por la confesión de Juan. No dijo nada, no le salían las palabras. Tampoco habría podido porque Juan ya estaba lanzado a hablar de su hija. Su rostro pasó del nerviosismo inicial a la relajación. Se sentía bien, se le notaba que se alegraba de confesárselo a alguien. Le había impactado conocer a su hija ocho años más tarde, pero lejos de producirle rechazo alguno se le veía loco por ella. Tenía el gran remordimiento de la culpa y de los ocho años perdidos sin haber conocido a su hija. Había sido el fruto de una infidelidad, de una aventura pero a Juan se le notaba que sentía adoración por esa niña. Hablaba de ella sin parar, con el orgullo de cualquier padre. La describía con pasión, con dulzura, y con una gran sensación de pena y culpa.

Elisa no quería nada de Juan, no le había buscado para que participase de la manutención de la niña. Lo había hecho porque para ella era muy importante que padre e hija se conocieran, pero con la discrección de saber que esa niña era el fruto de una infidelidad de Juan, el fruto de un engaño. Juan, lejos de enfadarse y de apartarse, comenzó a partir de ese momento a enviar dinero a Elisa. Procuraba llamarle en cuanto podía y escaparse para estar con ella siempre que encontraba una excusa en casa para escaparse. Se le notaba, además, que era un mar de dudas. No sabía qué hacer, se encontraba entre la espada en la pared. Ocultar a todo el mundo que aquella niña era su hija le rompía el alma. Pero por otro lado no paraba de dar vueltas a las consecuencias que todo eso tendría con María. No paraba de pensar en las consecuencias que todo eso acarrearía a sus otros dos hijos, a María y a Juan, a los mellizos. Ellos eran ya mayores y podrían tomárselo de muchas formas. Una de ellas, y a la que más miedo tenía Juan, era el rechazo.

Y ahí estaba Juan, más grande que un oso, un hombre hecho y derecho implado y con los ojos humedecidos confesándole todo eso a Carlos, al que hasta ayer era un completo desconocido. ¿Qué consejo podría darle Carlos ante todo eso? ¿Que se lo contara a María? ¿Que siguiera ocultándoselo? ¿Quién es capaz de aconsejar lo correcto ante una situación así? Carlos en esos momentos llegó a arrepentirse de haber preguntado y, sobre todo, que Juan le hubiera hecho caso y se lo hubiera contado. Ya tenía él los suficientes problemas como para meterse en los de los demás. Pero precisamente esa era una de sus quejas de siempre, la gente que no llamaba nunca y no preguntaba un simple: ¿qué tal estás?

Cuando alguien tiene problemas la gente tiende a apartase. No pregunta, no ofrece ayuda, como si un problema de alguien fuera contagioso. Como si alguien que tiene problemas fuera a pedir algo y comprometer, cuando la mayoría de las veces solo quieren que se les escuche, que se les aconseje o que se les reconforte. Esa fue la decisión de Carlos, reconfortar a Juan. Llegó incluso a darle la enhorabuena por esa niña tan preciosa, cuya foto tenía en el móvil oculta de posibles miradas indiscretas.

-Es preciosa, Carlos. Tiene unos impresionantes ojos entre marrones y verdes y un pelo castaño que brilla de una manera especial con el sol. Es educada, prudente y cariñosa conmigo desde el primer día. Me llama papá y cuando la llamo por teléfono siempre se despide de mi diciéndome que me quiere mucho. Es adorable y, además, muy buena estudiante. Sus profesores están encantados con ella, dicen que es buena estudiante y muy aplicada. Elisa ha hecho un gran trabajo por ella.
-¿Y sientes algo por Elisa, Juan?
-Bueno, la quiero mucho como madre de mi hija que es. Pero hay veces, cuando voy a ver a la niña a su casa, que no quiero irme, que me quedaría allí con las dos.
-¿Y María?
-¿María? Conozco a María desde que eramos dos niños y es una mujer de carácter, pero no se de qué forma se tomaría todo esto. Mal, por supuesto, pero no se si todo esto podría significar el fin de nuestro matrimonio. No quiero que eso suceda porque quiero a María.

Carlos pensó en la cantidad de gente que él conocía que vivía en triángulos amorosos, pero no conocía ningún caso en el que hubiera una niña de por medio. No sabía que aconsejar a Juan, pero lo que tenía claro es que lo mejor era que María lo supiera y que pasara lo que tuviera que pasar. Al fin y al cabo, María era una parte importante de todo aquello y seguir con el engaño y con esa actitud de Juan en casa podría suponer una ruptura, exactamente el mismo riesgo que corrían cuando se enterara de todo. Por otro lado Claudia tenía también dos hermanos y era fundamental que todos supieran de su existencia, por la pequeña y por todos. Pero las mayores dudas de Carlos fueron con respecto a Elisa. ¿No estaría Juan enamorado también de Elisa? Juan, por último, le pidió un gran favor.

-¿Puedes contárselo tú a María, Carlos?

Continua







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